Palabras del capellán: “AGRANDEMOS EL CORAZON”
En esta Cuaresma podemos dar limosna hasta que nos deje de doler el corazón.
Mi mamá nos decía que el padre Hurtado, que fue su director espiritual, les aconsejaba siempre que fueran generosos, muy desprendidos y DAR HASTA QUE LES DUELA.
Así estarían SIEMPRE CONTENTOS, SEÑOR SIEMPRE CONTENTOS.
Después de 64 años de matrimonio, de tener muchos hijos y pasar muchos momentos de pobreza por sacar adelante su numerosa familia, aprendió que prefería DAR limosna HASTA QUE NOS DEJE DE DOLER.
Con su vida de oración con la Biblia, había aprendido, como la pobre viuda hizo brillar los ojos de Jesús, cuando la divisó en el Templo, dando su dos últimas monedas. También conocía la historia de la pobre viuda de Sarepta, que en tiempos de hambre por la sequía, dio como limosna al profeta Elías, todo lo que tenía para vivir. Una viuda tenía un par de monedas y la otra un poco de harina y aceite para hacer el último pan antes de morir de hambre con su hijo pequeño. Dieron lo que tenían, que era muy poco, porque confiaban en la Providencia Divina. Sólo Dios basta.
Esta Cuaresma de pandemia podemos tomar la experiencia de estas personas. Dar hasta que duela, y mejor aún, identificarnos con el Corazón de Jesús, que entrego su misma vida por nosotros. La LIMOSNA hecha con amor, nos va limando las asperezas del carácter, nos va transformando desde dentro del corazón en personas saludables. Cada acto de generosidad nos ayuda a crecer por dentro.
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. Es preferible ser cristiano de corazón dando hasta que deje de dolernos, porque amando las exigencias de cada día, se van estirando las arrugas y vamos transformándonos en personas más abiertas y generosas.
La oración, la limosna y el ayuno vienen a ayudarnos en esta tarea. Exijámonos en dar todo lo que podamos, y estaremos “mas contentos, Señor, cada día más contentos”. Nos va ir gustando el dar, primeros cosas exteriores, que tal vez no necesitamos, para terminar unidos a Jesús dando generosamente nuestra vida para salvar a nuestros amigos, en cada misa en la que participemos.
Francisco Javier Larraín